El Eterno Femenino en el Rock Subterráneo. Por Susana Torres (24 de marzo 2020)
Este texto es un avance de un proyecto para Támira Bassallo sobre la participación femenina en la escena de rock subterráneo.
Con 17 años entré a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, específicamente a la Escuela de Arte.
El
Primer día de clases, me acerqué a dos personas: a Támira Bassallo y a Jorge
Revilla. Conocido luego como Cocó Cielo. Esto se dio, escapando de otras
alumnas, que me resultaron pesadas. Ambos me hicieron notar que mientras yo me
les tiraba encima, el salón de clases entero, se automarginaba de ellos. Los
veían como raros. Eran “los subterráneos”. Para mi fue amor a primera vista.
A
partir de entonces, fueron mis mejores amigos. Y el ingreso a su mundo, se fue
dando de manera natural. Yo provenía de un ambiente sano e ingenuo, con una
educación ordenada y sobre todo tradicional. Llegar a la Universidad fue refrescante.
Ese universo de caos me llenó de alegría.
En
el patio de letras se reunía mucha gente de la escena subterránea. Fue en ése
patio que fui presenciando conversaciones sobre música de mucha gente vinculada
a la movida, pero también al arte, poesía y sobre todo literatura. Al comienzo,
yo me paraba al costado de Támira o Cocó para escuchar en silencio sus
conversaciones con chicos de la escena subte.
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Carnets estudiantiles de Susana Torres, Támira Bassallo y Jorge Revilla. (Archivo de Susana Torres) |
Allí veía al Cachupín con Cocó, conocí a Frido, es decir a Marco Antonio Martín Young Rabines, creo que allí vi por primera vez también a Miguel Lescano, Quique Wong, Pepe Lucho, a los chicos de Kaos. Carlos y a Guillermo, al amable Edwin de Zcuela Crrada, etc. A mucha gente que luego vería también en conciertos. También conocí a muchos poetas ligados a la escena subterránea.
Otro lugar que me introdujo de alguna manera en el ambiente subterráneo fue la casa de Támira Bassallo en San José. Allí su madre la psicóloga Telma Rossi atendía a sus amigos y pacientes. O a sus amigos-pacientes. Era como la casa del jabonero, el que no caía, resbalaba.
Fui
viendo un desfile de personas interesantes que departían tertulias de todo tipo
con Telma. Vi a Alfredo Márquez por primera vez, a Jaime Higa. Chicos
vinculados a la movida y el arte alternativo. Venían a hablar de literatura,
política o a comentar sus proyectos, como Herbert Rodríguez.
También
fui viendo a la gente que visitaban a Támira. A Hoover Huamán Siguas, Jaime
Lama, Iván Santos, alguna vez, Mónica Contreras. En 1987 ingresé al grupo
llamado Salón
Dadá. La música subterránea era importante sobre todo en
el ambiente intelectual y juvenil alternativo. Con Hoover y Jaime me hice
rápidamente amiga.
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Foto en el certificado de buena conducta para ingresar a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Archivo de Susana Torres) |
Yo no tenía idea que hacer dentro del grupo. Sólo quería crear y expresarme de alguna manera. Como tenía la voz afinada, comencé haciendo coros. Me preguntaron que si tocaba algún instrumento. Conté seria que había sido Jefa de Panderetas en el colegio. Les pareció gracioso, así como mis coreografías panderetiles. Me asignaron tocar entonces, pequeños instrumentos de percusión.
Pronto,
comenzamos a ensayar por que tocaríamos en un concurso en el No Helden.
Quedamos en segundo lugar. En el grupo la voz era un instrumento más. Ser parte
del grupo no se limitaba a aprender música. Las influencias eran también
visuales.
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Concierto en el Club Rock Bar No Helden, 16 de julio de 1987. |
Componer para Jaime o Támira suponía vivencias de todo tipo: Estudiábamos, intercambiábamos libros. Hacíamos fotos. Íbamos a los cines club. Las artes visuales y la poesía influenciaban mucho en ellos. Estar en el grupo me hizo acceder a literatura, cine. Aprendí mucho. No sé si salí más madura. Pero si más creativa.
Fue
una experiencia que me hizo crecer hasta de estatura literalmente. Subí dos
tallas de zapatos y una cabeza de tamaño desde que entré y salí de la
experiencia. Pero no todo era color de rosa. El grupo ya arrastraba una crisis
interna. Hoover se retiró con el tiempo y el conjunto luego se transformó
en Col
Corazón con Rodo Cortegana ahora en la batería. Tuvimos
fugazmente a Pelo Madueño.
Pero
lo mejor era ensayar. En los ensayos cantaba, bailaba, reía mucho y la pasaba
bien. Imaginaba la música. Esas representaciones en mi mente, se fueron
plasmando en dibujos y collages, influenciados por fanzines y pinturas
clásicas. Támira y Jaime eran las mentes musicales. Yo era visual.
Con
Hoover en la época de Salón Dadá hicimos un par de cuadros que expusimos. Con
Támira y Cocó Revilla, a instancias de Telma, dimos clases de arte en el cono
este. En la universidad parábamos los tres juntos y muchos se confundían por
que no sabían quien estaba con quien, si yo con Támira, o ella con Cocó, o Cocó
conmigo, o si éramos poliamorosos.
Cocó
Revilla o Jorge, era uno de los pocos que tenía mucho acceso al grupo aunque no
tocaba en él. En ésa época sólo tocaba la puerta y el timbre de la casa de San
José. Venía a menudo, opinaba mucho y disfrutaba escuchando los ensayos.
Dentro
de ambos grupos, tanto Salón
Dadá, como Col Corazón me sentí siempre a gusto. Támira
fue la que más me alentaba siempre. Me daba confianza y escuchaba atenta. Jaime
por su lado, era muy bueno, pero inflexible. Previo a las presentaciones no
aceptaba errores. Era muy perfeccionista. Recuerdo me decía: aquí en los
ensayos puedes hacer todo. Pero en los conciertos no puedes bailar, ni vestirte
así, o moverte asá.
A
mi me encantaba lo performativo, el vestuario. El maquillaje. Pero la
estrategia debía ser otra, por un público agresivo como era el de la escena
subterránea. A veces, esas estrategias se volvían opresivas. O la sentías como
formas de control, pero debías escuchar esos consejos en un ambiente tan
misógino.
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Perfomance Katatay (Foto: Gustavo Buntix, archivo de MICROMUSEO) |
Nos presentábamos con un perfil súper sobrio. Demasiado para mi gusto. Lo importante estaba en tocar sin errores. Casi sin interactuar con el público. Como si no existiese. Nos concentrábamos sólo en la música. Y no en gritos del público que poco a poco iban bajando de volumen. Éramos como un grupo autista en relación al resto.
La
energía no estaba en lo visual en las presentaciones. No debíamos llamar la
atención. Estaba el ejemplo de María T-ta y
como era agredida por sus actuaciones.
Nunca
llegue a ser amiga de María T-ta. Pero la apreciaba y observaba cuando
conversaba con Támira de la cual si era amiga. Igual me gustaba su lado
chacotero y sus presentaciones performáticas. Pero eso mismo era lo que
molestaba a muchos chicos y también a mujeres de la escena.
Cuando
ella se presentaba, lo natural era que la insulten, le tiren cosas y que le
griten puta. Pero ella
era muy resiliente. Como que había hecho callos con toda esa
agresión. Eso me asombraba. No dejaba de vacilarse. Su apariencia no era común
entre las subtes.
La
recuerdo en un micro de la Brasil contándome que en la plaza mayor habían
cursos de cosmetología y que te teñían el cabello gratis. Ella lo usaba largo y
decolorado en varios colores por franjas horizontales. Cada cierto tiempo lo
cambiaba de color.
En
una época con cortes de agua, mantener un cabello largo y cuidado era inusual.
Y más aún en la escena subte. Pero ella así lo usaba y me estaba dando sus tips
de belleza. Esto es el comienzo de una complicidad femenina. Pensé, pero cuando
la volví a ver en un concierto sólo se dirigió a hablar con Támira. Estaba
seria, no más temas de peluquería. Es más, quería parecer más descuidada de lo
que realmente era. Tal vez no quería parecer frívola. O tonta.
Era
una escena donde parte de cuidarse era mostrarse constantemente
"radical". La cosmética no se consideraba como tal. Pero por lo menos
ella tenía sentido del humor y eso era maravilloso en un ambiente donde a veces
parecía que estaba prohibido mostrarte feliz.
Yo
sólo era una observadora. De ella y de otras más. De varias chicas que la
odiaban. En el ambiente subterráneo si eras mujer era mejor tener un perfil
bajo o sobrio y ella no tenía ni lo uno, ni lo otro.
En
un pogo femenino se coludieron varias chicas y le dieron una golpiza brutal a
María T-ta. Se habló del hecho como si lo mereciera. Ese pogo por lo tanto era,
una advertencia, un gesto aleccionador. Controlador. Castrador. Por ser ella
misma?
Aparte de creativo y combativo, el ambiente subterráneo era muy rudo. Un espacio creado por hombres. Y las chicas podían ser igual de machistas.
Cuando
ingresé al ambiente, no entendía esos códigos rígidos. Ser espontánea
públicamente, podía ser una metida de pata. A veces me vestía de manera amable
con colores y texturas, nada agresivas. Esos días a veces, algún chico de la
escena me daba un empujón o me gritaba algo. Pero siempre pude librarme de las
agresiones. No entendía por qué sucedía.
Un
día Jaime muy en buena onda, me dijo que tal vez podrían ser generadas por que
algo estaba haciendo mal, sin querer. ¿Algo está mal conmigo? ¿Debía verme más
seca y distante? ¿Mostrarme más “radical”? Fui con Támira al mercado del Callao
a comprarme otro tipo de ropa. Llegué a casa y mi papá me dijo que parecía
huerfanita. Me sentí aliviada.
Pronto
descubrí que la violencia no estaba en tu apariencia. Ni en que tanto te
esforzaras por evitarla. No dependía si eras dura o frágil. Vi a chicas de la
movida, de todo tipo, siendo maltratadas. Cuando las agredían, les caían
insultos, golpes, a veces incluso pedradas o botellazos. Muchas veces de sus
propias parejas.
Ya
en la época Col Corazón, con Támira decidimos para un concierto vestirnos más
femeninas. Ir menos ocultas, más maquilladas y con el cabello arreglado. Ahora
parece intrascendente, pero era todo un gesto. Entonces yo ya usaba el cabello
corto, y decidí ponerme incluso una peluca. Necesitábamos un cambio.
Salimos al escenario, con un público como siempre, mayormente masculino, que nos empezó a gritar de todo. Mucho más de lo habitual. Eran feroces. Nosotras muy tranquilas actuamos como si no pasara nada. Al rato se calmaron. Parecían bestias amansadas por la música.
Entre Cocó Revilla,
Támira Bassallo y yo, compartíamos un mundo de complicidades femenino.
Hablábamos de maquillaje y a solas éramos como maricones felices. Pero eso
cambiaba, sobre todo con Revilla delante de varios chicos subterráneos. Su
humor muy maricón desaparecía y se convertía en uno más mordaz. Cambiaba de
registro con una apariencia más seria.
Lo
afeminado y lo femenino no era lo serio. No se pensaba como algo fuerte o
complejo. Todo lo mujeril era lo débil. Jorge
Revilla aun no era Cocó
Cielo. No podía aun serlo. Era “el Romántico” y como tal,
sólo jugaba a ser ambiguo y elegante. Usaba abrigos, ternos y chalecos con
modelos antiguos pero masculinos y su licencia estaba en pequeños gestos como
pintarse ligeramente los labios, pero aun muy naturales. O usar medias cubanas,
que camuflaba debajo de sus pantalones de cintura alta. Eso ya era bastante
radical entonces. Y esos detalles no eran para toda ocasión.
Con
Támira a solas, si lo mujereábamos mucho, lo que le encantaba a Cocó. Cantaba
con voz aguda. Una vez lo hizo públicamente. Fue una locura. No es casual que
es afuera del Perú que Revilla finalmente construye todo lo que ansiaba. Su
proyecto musical, hasta su apariencia definitiva. Ya fue muy radical al
mostrarse abiertamente en una relación de pareja homosexual antes de irse.
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Jorge Revilla ya como Cocó Cielo (Foto: Blog Chankabuques) |
El Perú y nuestro pequeño mundo era muy violento. En el mismo patio de letras donde reíamos vimos cómo disparaban y mataban a un muchacho, o en nuestras banquitas donde cantábamos, nos enterábamos que un conocido explotó y que un par de compañeros de la escena, habían sido asesinados por el estado.
Fue
también de ese patio donde se llevaron los de Sendero a Cocó para amenazarlo
por ser homosexual con una pistola y donde una chica también de Sendero me
increpó que el partido iba a tomar medidas en mi contra, si no cambiaba mi
apariencia que supuestamente denigraba a la mujer Sanmarquina.
Pero
en ese patio creábamos también. Así estaba el periódico mural llamado Primer
Exilio que ideó y creó Telma Rossi con Hoover, Jaime Higa, y donde yo participé
varias veces con gráfica y el que terminó asociándonos creativamente con
Herbert Rodríguez. Y a la larga con grupos de derechos humanos.
Por
otro lado en nuestro patio aparecieron varios muchachos, que aun no
exteriorizaban su homosexualidad abiertamente y que fueron cómplices de
eventuales aventuras, por ejemplo el dulce Pedrito, luego conocido como el
contracultural dibujante Pedro
Palanca, entonces nos hacía retratos. Con él intercambiaba
dibujitos.
Los
ochentas acabaron y a comienzos de los noventas, se hizo notar un pequeño grupo
de chicos muy maricones. Eran las primeras cabras que vi en la movida. Fueron
como una bocanada de aire fresco. No intentaban en absoluto aparentar
masculinidad como lo hacían algunos. Los vi en el público, en una presentación
donde tocó Col Corazón. Estaban en primera fila. La complicidad fue inmediata.
Eran Eduardo Bermejo, Giuseppe
Campuzano y Germaín Machuca. Luego nos
conoceríamos íntimamente en un desfile de modas subte. Las cosas estaban
cambiando.
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Giuseppe Campuzano y Susana Torres (Foto: archivo de Susana Torres) |
El ambiente seguía siendo aun muy patriarcal y violento, pero muchas cosas ya se empezaban a meter entre huecos y rendijas. Incluido Sendero. El machismo y el prejuicio era lo natural en un ambiente tradicional. Pero también habitaba en ambientes alternativos.
Una
sensibilidad expresada desde lo femenino podía ser un acto kamikaze. A pesar de
rodearme siempre de buenos chicos, a veces me sentía oprimida. Los espacios
femeninos y afeminados en la movida fueron marginales dentro de lo marginal.
Algo
que si rescato fue que tanto en Salón Dadá como Col Corazón siempre hubo
paridad de género. Incluso el liderazgo era compartido entre Támira Bassallo y
Jaime Lama. Pero hablar de feminismo era impensable. Innombrable.
Las
participaciones femeninas en la movida eran contadas. Era una época donde la violencia
contra la mujer era naturalizada.
Si te pasaba algo, te hacían sentir que tú lo causabas. Tu eras la responsable,
no el agresor.
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Susana Torres, Támira Bassallo y Gilda Mantilla (Archivo de Susana Torres) |
Cuando salí de la movida cerré con todo lo musical y me concentré en lo visual. Me metí en la movida por que pensé, era un espacio de libertad y creatividad. Y lo fue en muchos aspectos.
Pero
siendo mujer, se me volvía a veces agotador. Siempre podía seguir siendo susyxerox y
relacionarme con mis amigos de la escena y construir cosas, pero ya desde
afuera. Sería el comienzo de nuevas complicidades.
Sinceramente
fue más fácil estar entre maricones que entre hombres y sobre todo entre
mujeres de la escena subte, a excepción de Támira Basallo. Ella tal vez fue una
de las pocas que no temía verse femenina, o masculina. Siempre estaba más allá
del bien o del mal.
Una
de las últimas cosas que hice con Col Corazón fue una performance en el Museo
de Arte Italiano, era algo que tanto quería y nunca se pudo dar en un
concierto. Empecé creando gracias a lo que me mostró la movida, pero finalmente
migré como otros. Primero hacia a la plástica. Finalmente fuera del Perú.
Antes
de irme, ya me había insertado en la mariconada con mis hermanastras. Nos
encontraríamos afuera en otros aires más permisivos con Germaín Machuca. O en
Lima con Giuseppe o Eduardo. Con ellos podía hacer hablar de pintura y
maquillaje. Hacer performance seria y a la vez loquear.
Por
fin tenía con quienes escuchar punk pero también con quienes bailar Rafaela
Carrá. Volví a crear, pero solamente desde la visualidad. En otros espacios,
menos machistas, menos violentos. Extrañé un poco la escena subterránea
peruana, pero a cambio pude por fin hacer cosas sin ser tan juzgada en mi mundo
femenino. Comencé nuevamente, pero
desde mis propios términos.
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Támira Bassallo y Susana Torres en la presentación del libro "Desborde Subterráneo" en el Museo de Arte Contemporáneo de Lima, 7 de febrero de 2017 (Foto: Miguel Ángel Del Castillo) |
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