Se nos fue el Jipi Javier. QEPD. Por: Rodolfo Ybarra (14 de setiembre 2017)
Conocí al Jipi Javier a mediados de los ochenta, en la plazuela Buenos Aires de Barrios Altos. La gente del lugar había organizado un concierto con diferentes bandas subterráneas e incluído una orquesta de salsa. Esa noche tocaba Sociedad de Mierda (S de M). Y yo me había escapado del colegio para escuchar en vivo a unos amigos que tocaban por primera vez en público. Mientras afinaban los instrumentos me di una vuelta por la pileta y ahí estaba un flaco con el pelo caído, con una camisa floreada y pantalón marrón en forma de campana con unos macarios de taco alto. Y estaba con una guitarra de palo tocando no sé qué canción.
La cuestión
fue que me acerqué y el flaco amablemente me dijo que se llamaba Javier y que
había venido a apoyar a unos amigos. Conversamos largo rato sobre rock. En
realidad, él se mandó un rollo sobre el rock clásico y la nueva horneada de
roqueros, los subtes, los punks y la coyuntura política. Y así estuvimos largo
rato hasta que otros muchachos se acercaron y el flaco, que después supe se
llamaba el Jipi Javier, nos dijo que fuéramos hacia adelante porque tocaban los
S de M y había que
hacerle barra ya que había una gran mancha de salseros que reclamaban por lo
suyo.
El Jipi
Javier levantaba la guitarra de palo en la mano y hacía vivas a la música. En
realidad lo suyo eran más la gente del sesenta, Iron Butterfly, Led Zepellin,
Black Sabbath, los Beatles o King Crimson, etc., pero también era un gran
conocedor de la música en general, muchos han dicho que era un erudito, y yo le
voy a dar credibilidad a eso. (Otro gran conocedor es el “Pulpo”, Hugo Zavala,
incluso más de los que se han atrevido a publicar libros sobre rock en nuestro
medio).
Muchos años
después lo volví a ver en la primera cuadra del jirón Quilca, en unos stand
de triplay que la municipalidad había colocado en la calle que desemboca a la
plaza san Martín. Ahí volvimos a conversar largo y tendido sobre rock y
contracultura; y se acordaba perfectamente de esa célebre noche subte frente al
cine Conde de Lemos y la quinta San José de Barrios Altos. Esta vez, la gente
ya no lo llamaba Jipi Javier, sino “Pelícano” o “La Mosca” y lo conocían más
como un vendedor que como un conocedor no solo de rock sino de poesía y otras
artes. Muchos poetas de esos años le dejaban sus primeros libros para que los
vendiera y aconsejara. Y aunque él demoraba en pagar, igual cumplía con ser
faja de transmisión de los literatos del centro de Lima. Y también de los
roqueros que le dejaban sus primeras producciones en formato cassette.
Luego del
desalojo de libreros callejeros hecho por Andrade, el Jipi Javier pasó a los
libreros del Boulevar Quilca 263 donde ya, más conocido, y como socio del
librero Pedro Ponce (o eso es lo que él nos decía), aconsejaba y analizaba
tendencias musicales, opinaba sobre arte en general y, curiosamente, también
sobre moda.
Cuando se
dio el programa D’Generación en canal 27 UHF, en 1997 (que tuve el honor de
dirigir en su última etapa), el Jipi Javier fue uno de nuestros auspiciadores;
nos proveía de música caleta, nos aconsejaba “cortinas” para el programa, e
incluso nos señalaba qué grupos de rock subterráneo entrevistar o nos contaba
qué artista estaba haciendo un trabajo destacado.
Antes de que
cerraran el Boulevar Quilca, el Jipi Javier había desaparecido, la gente
preguntaba por él, pero nadie daba razón.
Una noche, hace poco más de un año, en una presentación del fanzine Los Poetas del Asfalto, que dirige el buen Richie Lakra y el Primo Mujica, apareció el Jipi Javier, estaba muy demacrado y cuando la gente le acercaba el vaso para brindar, decía que no podía. Nunca dijo que estaba enfermo o que padecía de algo. Siempre fue muy reservado con su vida privada.
Ahí, en pleno concierto con luces psicodélicas y humo denso de
cigarros, se me acercó un rato y me pidió que lo ayudara para los pasajes. Le
di todo lo que tenía en los bolsillos y él me dio su fono para una posible
entrevista, me dijo que no dejara de llamarlo. Esa fue la última vez que lo vi.
Su número telefónico lo extravié. Nunca nos comunicamos. Antes de que
desapareciera en la noche nos tomamos una foto y la gran Katalina Rosaforte le
dio un beso. Y esta es la foto que aparece aquí.
Rodolfo Ybarra, Hippie Javier y Catalina Rosaforte |
Hasta
siempre, gran hermano, Jipi Javier, gracias por todas las enseñanzas y por todo
ese tiempo dedicado a los jóvenes. Seguro más tarde nos veremos en algún
concierto o alrededor de una grabadora o tornamesa y la conversa continuará,
como siempre, hasta el amanecer.
Ahora la función debe continuar.
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