Rock Subterráneo de alta tensión. Por: Roc Magnon (2 de octubre 2014)
Finales de los 70, fin de la secundaria. También finalizaba la dictadura militar. Resucitaba el ambiente político partidario. En cuanto a música escuchábamos lo que había en la radio en AM. No tengo hermanos mayores, mis primos más cercanos escuchaban cumbias y salsa de esa época. Radio Mar AM era la que más se oía en casa.
Entre cuarto
y quinto de secundaria, por las fiestas del barrio y gente del colegio comienzo
a escuchar pop y rock, y algunas radios con esa música. Con la llegada de la
película Fiebre De Sábado Por La Noche (Saturday Night Fever, 1977)
todo el dial se inunda con música disco y sobre todo, los Bee Gees.
Había
elegido la secundaria técnica en una Gran Unidad Escolar. En el curso de
Formación Laboral la electricidad y electrónica hicieron que el colegio tuviera
algo de interés. Me hice amigo de alguien que venía a mi barrio, aficionado a
la electricidad. Con él nos juntamos para alquilar luces sicodélicas en las
fiestas del distrito. Eran luces armadas por nosotros mismos: focos,
reflectores y fluorescentes montados sobre tablas con latas como cañones y
papel celofán para darles color. En la cachina conseguíamos motorcitos para
hacer cortadoras (luz estroboscópica). Con ayuda de mi padre tuvimos la esfera con
espejos, casi como la de Fiebre De Sábado Por La Noche.
Lo que más
sonaba en estas fiestas eran Deep Purple, Grand Funk Railroad, Led Zeppelin, Slade, Gary Glitter, y las baladas rock para que en el
baile pegadito algunos “se manden”. Poco a poco la música Disco se adueñó de
las fiestas y las pistas de baile. También de la radio, televisión y diarios.
Se convirtió en la moda oficial. Todos los muchachos vestían terno y chaleco
blanco. A olvidarse de los jeans desteñidos, las melenas o pelos desaliñados.
Toda esta cosa con carácter oficial de a pocos me causó rechazo.
Pero en la
radio habían refugios, resistencias a la moda disco. Musicalísimo en Radio Victoria,
con Guillermo Llerena Godoy, La Hora Pirata en Radio Miraflores con Gerardo
Manuel Rojas. Podía escuchar rock duro, y de manera didáctica. Conocí a la
banda AC-DC en su
primera etapa. Radio Inca, pasó de ser una emisora de música vernacular a ser
la radio de los Bee Gees y sus invitados. Ni las radios pop/rockeras tenían tal
programación. Es precisamente en esta radio que tiempo después, los sábados por
la noche, apareció un programa de 3 o 4 horas: Rockoteca 1280 con rock pesado,
clásico, progresivo. Nada de música disco. Era gente ligada a un grupo local de
rock, que hacía “covers”: Up Lapsus. El repertorio de este grupo incluía temas
de algunos de los grupos arriba mencionados y sobre todo de KISS.
Por el lado
de los estudios, durante la secundaria (técnica) ya me había orientado hacia la
electricidad y electrónica. Una carrera en ingeniería era larga (con las
huelgas) y horarios complicados en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI).
A pesar de ser una universidad nacional habían gastos que no podía cubrir.
Necesitaba estudiar y trabajar pronto. La alternativa fue la escuela de la
empresa de servicios eléctricos. Había que postular y mantenerse con un mínimo
de calificaciones para que no te echen. Tres años de estudio intenso y
prácticas en la misma empresa. Esto fue durante los primeros años de los
ochentas. Radio Doble 9 en FM acompañaba mis largas horas de estudio. Me
conseguí una radio portátil usada que tenía FM. Le adapté un parlante externo
empotrado en un mueble viejo que hacía de caja acústica ya que el
radio-tocadiscos de la casa era “a tubos” y solo tenía AM.
Hugo
Salazar, imitador y comediante en la TV, tenía un programa los domingos por la
noche en Radio Miraflores: La Caverna Subterránea, en el cual difundía rock
clásico, hard rock y progresivo. También hablaba sobre grupos nuevos, hacía
entrevistas y diseminaba información musical.
Los 80 trajeron sonidos nuevos, ya había pasado el furor de la música Disco. Radio Súper FM anunciaba la llegada de un Nuevo Rock. En Doble 9 los viernes sonaba el Nuevo Rock en el programa especial Radio Clash. Justamente me había interesado por la banda The Clash, que aparecía en el documental Las Raíces Del Rock ’n’ Roll (1981) que pasaron por la televisión.
En mis recorridos por Lima había visto pegados unos afiches que decían Del Pueblo - Opera Rock - Posesiva de Mí. También unas pintas que decían Leusemia, incluso las ví en un bus de transporte público de Enatru. Sabía que Leusemia era una banda local de Rock, lo que me sorprendío, y entusiasmó, fue que hubiera gente que se identificaba a tal punto con un grupo peruano antes que con uno foráneo.
Mi hermana ingresó a San Marcos y conoció gente que quería formar un grupo de rock. Incluso un pata quería que mi hermana y sus amigas cantaran. Ella mencionó que yo era aficionado al rock y tenía algunos discos y cassettes. Un día me cayo en la casa una manchita de San Marcos, uno de ellos era Wili Jiménez, quien había hablado con mi hermana. Trajo algunos cassettes, bastante punk, cosas que no se oían en la radio. Le pregunté por Leusemia y me contó sobre la mancha subte. Me interesé aún más. No pasó mucho tiempo y ya estaba asistiendo a los conciertos subtes.
Siempre me
molestó que se asocie el ser rockero con ser pituco, como si no hubieran bandas
de rock en los barrios populares. El personaje de Hugo Salazar en comedias de
la TV reforzaba esa idea. La aparición de esta mancha de patas que usaban
chancabuques, es decir “zapatos sin ninguna moda” hizo que me identificara con
ellos. Yo también tenía mis botas de la chamba y los cassetes de Narcosis, Los 4 Grupos y Los 13 Grupos, y el disco de Leusemia. Y tenía mi colección de
revistas y fanzines. Todo ese canto crudo de nuestra realidad me enganchó con
el Rock Subterráneo. Antes,
aparte de Up Lapsus con sus
imitaciones, había escuchado a Frágil, que
me gustaba, pero no me identificaba con ellos. De otros grupos recuerdo a las
justas sus nombres, pero no su música.
Esta
realidad, cantar de manera beligerante describía mejor lo que yo veía y vivía
en mis andares por la ciudad. En las plazas de Lima donde en cualquier momento
se armaban debates entre transeúntes, mítines políticos, sobre todo en la Plaza
Dos de mayo, marchas de gremios en lucha, a la que a veces había acompañado de
curioso, o ingresado de curioso a locales sindicales en contraste con la
información de los medios. Cada uno tirando para su lado.
Después de 3
años de estudios y algunos meses de prácticas, nos designaron a diversos
puestos en la empresa. A mi me tocó el Departamento de Líneas de Alta
Tensión. Este grupo reponía el servicio eléctrico después de un atentado
terrorista contra las torres y postes de alta tensión.
La escuela
de la empresa de servicios eléctricos formaba personal de mando medio ya que
había una brecha entre el ingeniero, de preparación muy teórica, y el capataz,
de conocimiento empírico, surgido de las mismas cuadrillas de obreros. Mi
intención inicial era estudiar ingeniería una vez que inicie mi actividad
laboral, sin embargo, una vez que empezé a trabajar en este departamento, lo
último que tuve fue tiempo libre.
Me adapté
rápido a este grupo de trabajo. Eran las cuadrillas más admiradas por las otras
áreas, y, también, a mediados de los ochentas, por buena parte de los limeños.
Muchos en la empresa no sabían cómo se reponía el servicio cuando los subversivos
se volaban una torre de alta tensión y dejaban sectores de la ciudad sin luz.
Me causó gracia que un dibujante en un boletín de la organización representara
a mi departamento como un grupo de trabajadores metiendo hombro para enderezar
una torre derribada. Esta ignorancia se podía entender en personas ajenas, pero
no en una publicación propia.
Había mucho que aprender en este departamento. De los técnicos colegas, de los trabajadores, de los linieros (así se les llama a los trabajadores que escalan las estructuras y hacen labores en las líneas de alta tensión) y enfrenté situaciones nuevas y muy diversas durante esos primeros años en la compañía. ¿Qué hacer ante una torre tumbada en el suelo? Erigir nuevamente una torre no toma horas ni días. El servicio eléctrico no podía esperar tanto. Se idearon instalaciones provisionales, sobre la misma torre derribada, o a un costado, o sobre postes temporales, estructuras de rápido armado que se fueron creando conforme se iba ganando experiencia. Estas innovaciones eran hechas e implementadas por los propios trabajadores y técnicos, y los diseños eran mejorados por los ingenieros. Ejemplos del ingenio peruano que te hace andar un auto que en cualquier otra parte ya hubiera sido dado de baja.
Una vez
repuesto el servicio con las instalaciones provisionales, el área de ingeniería
planificaba la reparación o reemplazo de la estructura colapsada. Estos
trabajos, de más largo alcance, mayormente eran ejecutados por empresas
contratistas, constructoras de líneas de transmisión. En algún momento tal era
el número de atentados contra las torres, que no era inevitable el rezago en la
reparación de las líneas. Teníamos muchas instalaciones en condición de
“provisionales” que no eran confiables ni seguras. La mayoría de estas
instalaciones “provisionales” se ubicaban en los cerros, de difícil acceso, y
estaban cercadas para no arriesgar la vida de terceros.
El estado
junto con la dirección de la empresa ensayaron un sinnúmero de estrategias y
dispositivos para que las torres no fueran vulnerables: Crearon y reforzaron
cuerpos policiales de patrullaje, colocaron refuerzos mecánicos (fierro,
cemento) al pie de las torres, cercos con cuchillas filosas, y otros inventos
más. Pero la subversión siempre se las arreglaba para conseguir su cometido.
Una medida
extrema fue colocar minas personales alrededor de las estructuras que al inicio
no fueron efectivas y tuvieron que ampliar el área de estos campos minados para
detener los derribamientos.
Foto: Caretas 2002 |
Esto
complicó las labores de mantenimiento de las torres. Para poder acceder había
que solicitar el desminado parcial para ingresar a esa zona y los especialistas
de la policía instalaban las minas nuevamente una vez que se terminaba el
trabajo. Esta actividad era extremadamente riesgosa y hubieron muchos
accidentes que afectaron a miembros de la policía y personal (trabajador y
técnico) de la compañía de electricidad.
Además del
riesgo de trabajar en altura y el alto voltaje, se agregaba el de pisar una mina personal o un caza
bobo. El caza bobo era un artefacto explosivo, a manera de trampa, que era
dejado por los subversivos para dañar al personal de la policía, pero que podía
afectar también al personal de la empresa realizando trabajos en esa zona. El
personal trabajador también vivía temeroso de que en algún momento la
subversión pudiera ponerlos en la mira, aun cuando proclamaba que su objetivo
era imponer un gobierno de la clase trabajadora.
Foto: Caretas 2002 |
En 1985
salió electo Alan García con el APRA. Este gobierno se caracterizó por su
populismo, hiperinflación, la megalomanía de García, y el copamiento de las
empresas públicas. Aquellos con carnet Aprista, sin experiencia alguna tenían
prioridad de ingreso a la empresa antes que los técnicos egresados de su propia
escuela que eran retenidos como practicantes.
Los
sindicatos de trabajadores hasta ese momento tenían dos líneas: la aprista,
afiliada con la CTP y la izquierdista con la CGTP. Los sindicatos de dirigencia
aprista dejaron de participar en medidas de fuerza, ya que no querían
enfrentarse a su propio gobierno, y poco a poco fueron perdiendo
representatividad.
Por esos
años uno no podía andar indocumentado porque habían redadas dirigidas por las
fuerzas del orden y uno podía terminar en el calabozo, o en situaciones peores.
No bastaba tener la libreta electoral, y/o militar, uno tenía que demostrar a
que se dedicaba. El carnet de la empresa eléctrica me ayudó mucho y lo porté
siempre. A finales del gobierno de García los trabajadores de la empresa
eléctrica protagonizamos dos huelgas consecutivas. Lamentablemente esto
fracturó la unidad de los trabajadores y el compañerismo ya que un grupo no
quiso participar y otros desistieron conforme avanzaban los días de huelga.
Portar el carnet durante nuestros alborotados reclamos por las zonas céntricas
de Lima no era aconsejable en este caso. Algunos ingenuos lo mostraron a la
policía en pleno día de jornada de marchas y terminaron durmiendo en algún
calabozo.
Nuestra
relación con los trabajadores era estrecha, pero en lo musical no estábamos en
sintonía. El rock les parecía extraño y el rock subterráneo peor. La mayoría de
“linieros” eran provincianos, y gustaban de la música de su tierra, los más
jóvenes de la cumbia (sonido carretera central, Los Shapis, Viko y su grupo
Karicia, Chacalón y la Nueva Crema, Pascualillo). Los afiches de cumbia
poblaban los muros de la carretera central y las grandes avenidas en los conos
norte y sur. Nuestro trabajo nos llevaba por todos los distritos. De las zonas
periféricas hasta las casas que trepaban los cerros donde se ubicaban las
torres.
Foto: Paco De A Luca |
Cuando salía
del trabajo en horario normal, bajaba por La Colmena a La
Nave de Los Prófugos, y puestos vecinos. Hojeaba fanzines, escuchaba
algunos cassettes, compraba algo, me enteraba de los conciertos. Estaban
también allí los hermanos Galicio que después abrieron una tienda en las
galerías Centro Lima. Otro punto de encuentro fue en la puerta de la librería
Caballo Rojo de la Colmena. Cuando toda una mancha se mudó al Jirón Quilca, fue
el punto que más frecuenté en esa época. Pasajeros de Horror de Fernando Vial,
Cachorro, era otra fuente para conocer música. Durante las tardes domingueras
frecuentaba a amigos como Fernando en San Miguel y la pasábamos grabando su
colección de música.
Imagen: Fernando "Cachorro" Vial |
Recuerdo que
los conciertos eran temprano, casi al comenzar la noche. Los periodos con
toques de queda eran muy frecuentes, y pasada la medianoche no se podía andar
por las calles. En el trabajo, por el tipo de actividad a veces nos gestionaban
salvoconductos, pero era preferible evitar ese horario. Los miembros de las
fuerzas armadas no creían en nada, ni la policía se salvaba, pasaban por su
encima. En una ocasión nos quedamos hasta muy tarde y entre varios compañeros
de trabajo y tomamos un taxi hasta un punto común. De allí a latear hasta mi casa
unas 20 cuadras, pero sorteando las avenidas principales por calles paralelas y
cruzando las primeras muy rápido pues por allí rondaban las tanquetas y porta
tropas.
Al principio
iba solo a los conciertos, conocía gente de vista, a quienes saludaba y a veces
charlaba algo. Terminado el concierto salía rápido, la mayoría de veces porque
al día siguiente madrugaba para trabajar en algún lugar distante. Casi al final
de la década conocí a amigos, primero a Patapsico y a través de él a otros.
Formamos una banda que empezó con ensayos en mi casa. Por diversos motivos
Patapsico y yo no continuamos, pero el grupo prosiguió con otra gente y llegó a
tocar en conciertos ya entrados los 90. Pero
los 90 son ya otra historia.
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