Las remembranzas subtes de Toño Carreño. Por: Toño Carreño (12 de mayo 2015)
Cuando un amigo me prestó la cinta de una banda peruana en el recreo del colegio, el hecho fue como una revelación. Plasmadas, en una inmunda fotocopia, estaban las más viscerales, divertidas y, a la vez, inteligentes letras que había oído por estas tierras. Corría el año 1985 y la banda se llamaba Narcosis ¿Caramba, alguien hacia esta música acá? Y, sobre todo, cantaban en castellano.
Por esa
época la penosa escena rockera limeña estaba dominada por grupos que se
dedicaban a hacer covers de bandas en inglés. Decidí seguirle la pista a este
grupo y pronto caí en la cuenta que había otras bandas de parecido calibre que
enarbolaban la bandera del rock en castellano. Estaban Leusemia, Zcuela Cerrada, entre
otras. Sin darme cuenta, mi interés me estaba llevando al punto de “no retorno”
del Rock and Roll. Unos meses después ya tenía mi propia banda.
Tal vez lo
más rescatable del llamado RockSubterráneo es el hecho de que los adolescentes pudieron tomar los escenarios por
asalto, armados de guitarras desafinadas y maltrechas baterías, y gritaran su
rabia y frustración con honestidad y obviando el virtuosismo. Aún recuerdo la
cara, como si fuera presa de un agudo cólico renal, de mi profesor de batería,
el gringo Karl, observando mis primeros ejercicios como percusionista: “carajo,
voy a tener harta chamba” me dijo, mientras unas gotas de sudor bajaban por su
frente. Pero eso no importaba, había un movimiento en eclosión y nosotros
queríamos formar parte.
Mi banda se
llamaba en aquel entonces Los Radicales, nombre un poco pretencioso para
unos chiquillos que lo que realmente buscaban era sacudirse el tedio y poder
expresarse. Eran épocas de apagones, toques de queda y el desastroso “futuro
diferente” prometido por Alan García. El año 85 fue el de la Explosión
Subterránea. Si al empezar el año, se contaban las bandas con los dedos de
una mano, al término de este se habían desarrollado como setas alcanzando casi
el número de cincuenta, obviamente la calidad no iba en proporción a la
cantidad.
Un momento
clave fue el concierto ocurrido en la desaparecida Concha Acústica de Miraflores, con motivo de la presentación de
la maqueta de “los cuatro grupos”; esto es Leuzemia, Guerrilla Urbana, Autopsia
y Zcuela cerrada. Fue la noche que un canal de televisión grabó todo lo que
allí ocurría con fines sensacionalistas. El pogo, los enfrentamientos entre
punks de fin de semana y cholo punks iracundos, la noche de diatribas
inflamadas contra el sistema y la sociedad, la noche de Leo Escoria hablando
“pepeado” frente a las cámaras y entregado a una insalvable batalla de
salivazos con el público. Las imágenes captadas y difundidas en horario
nocturno, sacudieron la ciudad tanto como los hallazgos de fosas comunes tan
frecuentes en esa época. Algunos exaltados tuvieron que pagar las consecuencias
de opinar sobre la sociedad frente a cámaras como “El Anti” que terminó por ser
expulsado del colegio.
Por unos
meses la Mancha Subterránea deambuló por la ciudad junta y algo
cohesionada en busca de conciertos. Recuerdo tocadas en San Marcos y San
Fernando, ambas boicoteadas con sendos apagones dentro de la universidad por
gente de Sendero Luminoso. Lugares como Barrios Altos, donde nos
recibían con cierto recelo porque el “rock era música de pitucos” y donde el
concierto acabó en una feliz bronca barrial, por culpa de algún borracho
faltoso, y con sonidos de cumbia como fondo musical. Tocadas en
sitios marginales, donde todo un grupo enorme recorría zonas polvorientas con
el único afán de subirse a un escenario y gritar cuatro cosas por puro amor al
arte.
Pronto la
manoseada palabra Autogestión sirvió como base para la realización de
conciertos. Lugares como “Magia”, “Los Reyes Rojos” entre otros, sirvieron para
realizar conciertos organizados por los mismos músicos que, en la mayoría de
casos, no pasaban de los veinte años. Pero este apoyo mutuo y solidaridad fue
flor de un día, la fragmentación ya estaba dada y bandas como Eutanasia, S de M
y Excomulgados, que enarbolaban la bandera de los “Misios”, los de menos
recursos, se agruparon en una trinchera irreconciliable frente a los que ellos
llamaban despectivamente “Pitupunks”, gente como Gx3, Descontrol, Ataque
Frontal, entre otros, cuyo único pecado, era que algunos de sus integrantes
vivieran en zonas como Surco o San Isidro. En aquel panorama, mi banda andaba
un poco a la deriva.
Para algunos,
esto redundó en algo positivo: uno podía tocar con quien mejor le acomodaba.
Debido a la diversificación de bandas, el rompimiento se hizo inevitable. Para
otros significó el principio del fin de un movimiento que perdía su fuerza
inicial. Fuerza que había radicado en lo espontáneo. Un movimiento donde ya se
venían tejiendo desde un comienzo la marginación, la envidia y los enconos
personales tan comunes en la sociedad que tanto odiaban y que lo iban
corroyendo desde dentro.
QEPD Carreño en la Peña Huascarán - 9 de agosto 1987. Foto: Roc Magnon. |
En el verano del 87 y de las cenizas de Radicales nace QEPD Carreño. Yo había dejado la batería, y en esta nueva aventura, sería la voz cantante del asunto. Aquel año nos inscribimos en el concurso de “Rock no Profesional” organizado por Franklin Jaúregui y Lucho Cornejo. Un concurso que agrupaba bandas de todos los estilos. Cada semana se realizaba una fecha eliminatoria en la desaparecida y legendaria discoteca “No Helden” en el centro de Lima. En esa discoteca matamos buena parte de esos años turbulentos. Recuerdo las siluetas que se dibujaban bajo el toldo de la entrada. La variopinta fauna de Darks, Punks, Waves, etc. desparramada a lo largo de la calle. Las continuas batidas y las noches de dormir en la comisaría de Santa Beatriz. Las alegre tertulias y borracheras en el “Pájaro Chowi” y otros bares aledaños. Las grescas descomunales, al más puro estilo del viejo Oeste, donde uno debía ponerse a buen recaudo porque llovían sillas, vasos, y mesas.
Luego de destacar en algunas fechas, ya que, a diferencia de “Radicales”, “QEPD Carreño” observaba una mayor dedicación en la parte musical, llegamos a la fecha final del concurso, que se realizó en la Concha Acústica de Campo de Marte. Este fue otro de los conciertos significativos de aquella época debido a la cantidad de gente que congregó. Eran los tiempos de la “Horda Metálica”, desaforada mancha de pelucones, dispuesta a asolar los barrios donde se hallasen “Bacterias Anarkistas”, como llamaban a los “Subtes” o “Punks”.
Nuestro turno de subir al escenario, coincidió al medio de dos de las mejores bandas de Metal de estas tierras, con harto arrastre entre sus seguidores. El hecho, lejos de amilanarnos, nos pareció propicio para un buen acto de provocación. “Satanás, llévate a tus hijos que tiene mal aliento” grité como un poseso. La airada respuesta de la masa de centenares de pelucones no se hizo esperar. Rugiendo, heridos en su amor propio, empezaron a lanzar todo lo que tenían a mano. Una lluvia de monedas, piedras, palos, etc. se abatió sobre el escenario. La mancha “Subterránea” en notable inferioridad de número, hizo lo suyo enfrentándose sin arrugar a ese ejército demoniaco, desatándose una especie de pogo, batalla campal de lo más infernal. Desde el escenario podía ver que entre la marea humana volaban botellas y hasta un “Chancabuque” de un lado a otro. El escenario estaba regado de toda clase de objetos contundentes.
Luego de tocar en diversos pubs, colegios y demás locales donde empezamos a destacar como una tipica banda “en vivo”, fuimos invitados en 1988 por Franklin Jaúregui para tocar en la Feria del Hogar, junto a otras bandas del panorama subterráneo. Esta presentación fue importante para nosotros, por la empatía que logramos con el público, a pesar que una buena cantidad de este, no estaba familiarizado con grupos de nuestro estilo. De alguna forma el “Concurso no Profesional” y las presentaciones de la Feria del Hogar, habían mantenido aun el nexo entre los grupos como “movimiento” después de eso la cosa cambió.
Muchos se despojaron de la etiqueta de Subterráneo y la división era marcada entre los grupos que utilizaban una casa Barranquina para realizar sus conciertos “Hardcore” y la gente del “Hueco” una casa en Santa Beatriz. Nuevamente “Carreño” flotaba solo entre ambos bandos. La propuesta del “Hueco” parecía movida por un sentimiento de complejo y resentimiento y la gente de la casa Barranquina no nos invitaba por alguna especie de anticuerpo. Tal vez por la práctica nuestra de putear bandas de vez en cuando. Práctica saludable por cierto.
El problema es cuando se va más allá, como el odio gratuito y la violencia. Esa misma violencia que empezó a ejercer la gente del “Hueco” en los diferentes conciertos donde no habían sido invitados. Recuerdo uno de los “Reyes Rojos” junto a “GX3” y “Eructo” entre otros. Tuve que cantar con una botella en las manos para defenderme de las agresiones de tipos que, lejos de tener ideales, utilizaban esto para sus fines delincuenciales, como asaltar chiquillos que, movidos por la curiosidad tuvieron la mala suerte de ir a un concierto de Rock.
Épocas de crisis, terrorismo y paquetazos, el movimiento fue decayendo entre rencillas y maleteos. Podríamos decir que el año 89 marcó el fin de esa época. Un movimiento que no deja de ser importante por ser el más intenso dentro del ámbito local, un movimiento hecho de pasión y personajes, muchos de los cuales, para bien o para mal, forman parte ahora de la vida social y cultural del país y que, alguna vez pulularon por los antros subtes.
Luego de un receso “Carreño” volvió el 93. Tiempos de sonidos “Grunge” Reaparecimos en una accidentada presentación en “Phantom” en Miraflores con ciertos excesos del público que serían como un preludio a una especie de leyenda negra que nos persiguió por los noventas. Pero esa ya esa otra historia.
Este artículo, escrito por Toño Carreño, apareció en la edición número 23 de la revista Aqua en el 2012. AQUA es una revista especializada en medio ambiente, cultura y deporte extremo.
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